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No podemos resolver la inseguridad alimentaria con soluciones rápidas

7 March 2023
By Melissa Pinfield

Al hacer balance tras el Día Mundial de la Alimentación del pasado fin de semana, debemos reconocer que nuestros sistemas alimentarios están sometidos a una inmensa presión: las crisis climática y energética, la pandemia del COVID-19 y la inestabilidad política mundial están pasando factura. En estos momentos, el Cuerno de África está sufriendo una sequía histórica, con al menos 22 millones de personas hambrientas en Etiopía, Kenia y Somalia, una cifra que se espera que aumente. Además, el “hambre oculta” de las carencias de vitaminas y minerales está muy extendida en todo el mundo, según revela un reciente informe de la revista The Lancet, y afecta a dos tercios de las mujeres en edad reproductiva.

Debido al conflicto en Ucrania, se prevé que el hambre aguda aumente en 47 millones de personas en los 81 países en los que trabaja el Programa Mundial de Alimentos. Además, dos de los mayores productores y exportadores de fertilizantes del mundo -Rusia y China- impusieron restricciones antes de la invasión de Ucrania que hicieron inasequibles los fertilizantes para muchos agricultores.

Estos son sólo algunos ejemplos de las causas de una crisis de inseguridad alimentaria y nutricional que ya estaba arraigada mucho antes de la invasión de Ucrania y de la pandemia. También es una crisis que no muestra signos de remitir, y los gobiernos, especialmente en el Sur Global, están comprensiblemente bajo una inmensa presión para garantizar que sus ciudadanos tengan acceso a suficientes alimentos seguros y nutritivos.

Sin embargo, ante este reto, los gobiernos deben proceder con cautela. La forma en que respondan podría tener consecuencias de largo alcance, e impedir potencialmente los cambios a largo plazo que nuestros sistemas alimentarios necesitan para adaptarse al cambio climático y mitigarlo, así como para proporcionar una dieta nutritiva a una población mundial en crecimiento.

Los esfuerzos por aumentar el rendimiento y la productividad nacionales -cualquiera que sea el coste medioambiental- podrían agravar la degradación de la tierra, aumentar la pérdida de biodiversidad y acelerar la crisis climática. La agricultura es el principal factor de pérdida de biodiversidad en el mundo y ya provoca un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Pero no se trata de elegir entre salvar el medio ambiente y acabar con el hambre. De hecho, no podemos hacer una cosa sin la otra. Si no hacemos la transición a sistemas alimentarios sostenibles, resilientes y equitativos, siempre seremos vulnerables a la próxima sequía, guerra o enfermedad. Significa que el espectro del hambre perseguirá a todas las generaciones futuras.

Evitar la solución rápida

Es esencial que los gobiernos sean comedidos en su respuesta, actúen de forma coordinada y aprendan las lecciones de anteriores crisis de inseguridad alimentaria, sobre todo de la escalada de precios de los alimentos de 2007-2008. Hay medidas inmediatas que pueden tomarse, como facilitar los flujos comerciales de los países exportadores netos a los importadores netos para suavizar las subidas de precios y evitar las compras de pánico y el acaparamiento. También es necesario apoyar directamente a los consumidores y agricultores, por ejemplo mediante transferencias de efectivo para ayudar a los hogares vulnerables hasta que los precios se estabilicen.

Las soluciones fundamentales, sin embargo, se encuentran en el largo plazo, creando resiliencia ante futuras crisis y evitando medidas a corto plazo que exacerban los riesgos y afianzan la inestabilidad en nuestros sistemas alimentarios mundiales.

Sin embargo, hay indicios preocupantes de que los gobiernos no están reflexionando sobre las lecciones del pasado ni pensando en el futuro. Algunos ya han impuesto restricciones a las exportaciones de alimentos, haciendo subir aún más los precios y agravando la crisis de disponibilidad. Los programas de ayuda alimentaria también tienden a estar mal diseñados, apresurándose a proporcionar calorías en lugar de nutrición y fracasando en la creación de mercados estables que podrían aliviar el estrés financiero de los agricultores más pobres que ya están luchando frente al cambio climático.

Soluciones a largo plazo

Las medidas a largo plazo que deben adoptar los países exigen un cambio de mentalidad para ver la crisis actual como una oportunidad de transformar los sistemas alimentarios para obtener resultados duraderos, sostenibles y saludables. El actual sistema alimentario mundial, que se centra en unos pocos cultivos alimentarios y a menudo depende de un uso insostenible de fertilizantes y pesticidas y de patrones de cultivo, no abordará los factores subyacentes de las crisis actuales y futuras.

Tenemos que reforzar la resiliencia de la agricultura e invertir en una agricultura climáticamente inteligente introduciendo medidas que mejoren el uso del suelo y del agua, fomenten el uso eficiente de fertilizantes y pesticidas y cambien las técnicas de producción para mejorar la calidad del suelo, el rendimiento, la biodiversidad y la retención de carbono.

Impulsar esta transición requiere una inversión significativamente mayor en investigación agrícola para desarrollar las soluciones necesarias. También debemos recuperar el optimismo y el impulso generados durante la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios y la COP26 del año pasado, redoblando las acciones audaces que estas cumbres promovieron y aprovechando las diversas experiencias, ideas y conocimientos que ayudaron a sacar adelante.

La transición que necesitamos también podría verse respaldada por enfoques estratégicos de los programas de asistencia social nuevos y existentes. La asistencia social basada en el empleo o los programas de obras públicas, por ejemplo, pueden diseñarse para combinar las necesidades de protección social a corto plazo con inversiones en medios de vida a más largo plazo que se centren en la gestión de los ecosistemas, la resiliencia y la mitigación del cambio climático.

Con demasiada frecuencia, en tiempos de crisis, la gente busca lo que parece la salida más rápida, sin pensar en el largo plazo. Los ciclos políticos y electorales no ayudan a esto. Ahora más que nunca, no podemos permitirnos que acciones miopes y a corto plazo impidan las transiciones críticas necesarias. Afortunadamente, cuando se trata de sistemas alimentarios, no necesitamos comprometer objetivos a largo plazo por ganancias a corto plazo: las soluciones existen. Sólo tenemos que aplicarlas ahora, antes de que sea demasiado tarde.